martes, 22 de diciembre de 2015
Revista de Arquitectura SCA, n° 256
A
PROPÓSITO DEL MONUMENTO A COLÓN: IDEOLOGÍA, SOFISMAS, RESTAURACIÓN Y POLÍTICAS DE
PATRIMONIO
Arq. Luis
Cercós, restaurador de arquitectura, SCA
¡Patrimonio!,
patrimonio cultural, restauración de patrimonio, ¡defendamos el patrimonio!,
intolerable agresión al patrimonio. La palabra “patrimonio”, su puesta en valor
y otros muchos debates alrededor de estos conceptos, aparecen con gran
frecuencia en diarios, revistas, noticiarios, mesas de debate y foros de
opinión. El patrimonio se ha tornado casi una religión de tintes
fundamentalistas, llena a veces de tópicos maniqueos. La realidad es que hoy en
día el patrimonio se defiende solo, aunque los ciudadanos tengan a veces otra
percepción. Los bienes culturales y las obras de arte nunca, en ningún otro periodo
de la historia, han estado objetivamente tan protegidos como ahora. El necesario
debate no siempre es objetivo, inocente o bienintencionado. Gran parte del
patrimonio mundial ha sido muchas veces definido a través de mensajes y programas enunciados de
antemano con clara intención política. Todos los implicados quieren mantener sus
cuotas de influencia. Supongo que son las reglas del juego, pues la política -una
rama de la moral, por cierto- forma parte de la vida en sociedad y nos sirve
para definir las reglas del juego.
La
Historia es interpretación desde el tiempo presente, de lo ocurrido en tiempos
pasados. La restauración de arquitectura pudiera definirse de forma muy
similar: una reinterpretación desde el presente, de edificios que han llegado
hasta nosotros aunque construidos en el pasado. En contra de la opinión
general, ni son ni pueden ser considerados objetos del pasado. A efectos
arquitectónicos siguen siendo contemporáneos de nosotros al no haber desaparecido
todavía –algo obvio que pasa muchas veces inadvertido, incluso entre
profesionales de la disciplina-. Si solo fueran edificios que existieron (arquitectura
pérdida), no hablaríamos de restauración sino de reconstrucción o de réplica.
Por tanto, solo se pueden restaurar piezas arquitectónicas aún presentes y desde
la realidad actual. Actualidad y formas de pensar que implican visiones de
Estado, del Estado o desde el Estado que evolucionan, a veces muy sutilmente, a
veces de forma más grotesca. El problema surge cuando la gran carga de
subjetividad invariablemente unida a todo proyecto de arquitectura se enfrenta
a argumentos falsos que se nos presentan con apariencia de verdad irrefutable
(sofismas).
La restauración
de arquitectura exige decisiones de diseño contemporáneo –lo contrario es
falsificación-. También la adaptación del edificio histórico a una moderna funcionalidad
–lo contrario es taxidermia, momificación, embalsamamiento-. Todo ello dentro
de unos límites estrictos internacionalmente aceptados: diferencia entre lo
nuevo y lo viejo, puesta en valor de lo
que se mantiene en pie, potenciación del carácter único e histórico de cada
objeto arquitectónico. En la mayoría de las ocasiones, estos compromisos iniciales
resultan de dificilísima aplicación práctica pues el carácter simbólico de
muchos edificios del pasado –o de sus símbolos tangibles o intangibles- introduce
múltiples variables en el apasionante ejercicio intelectual que supone su
restauración.
Tuve
conciencia clara de esto, por primera vez, durante mi participación en las
obras de restauración del monasterio de San Jerónimo de Yuste (Cuacos de Yuste,
Extremadura, España), consecuencia directa de las múltiples y didácticas charlas
que durante aquellos años (1999-2002) mantuve con el historiador contratado
para realizar la investigación histórica previa y el apoyo a la interpretación
histórica de los hallazgos arqueológicos surgidos durante el proceso
constructivo.
Un hecho
histórico acontecido en aquel lugar durante apenas 2 años del siglo XVI es muy
conocido en España: en el conjunto monumental de Yuste vivió y murió el
emperador Carlos V, nieto de los Reyes Católicos, padre de Felipe II. En su
calidad de testigo y símbolo de la época dorada del imperio español, el
monasterio se convirtió en referencia y metáfora (esplendor, ruina,
reconstrucción) del devenir histórico de España. Una historia apoyada en una
reconstrucción del monasterio realizada bajo mandato directo de Francisco Franco
(1892-1975), dictador de España entre 1939 y 1975.
No son los tiempos los que cambian,
sino los hombres los que cambian los tiempos.[1]
Al año de
ganar la guerra civil, el general Franco ya quiso iniciar la reconstrucción del
monasterio con miras a la celebración del IV centenario del fallecimiento de
Carlos de Habsburgo (Gante, 1500-Cuacos de Yuste, 1558). La escenografía que la
dictadura introdujo en los aposentos del emperador todavía era explicada por
los guías del museo en los años previos al 2000 y nos remitía, entre otras
verdades interesadamente parciales, a un rey que hablaba español.
La lucha
por imponer el idioma español como única lengua oficial de la España franquista
afectó a la identidad de gallegos, catalanes, valencianos, mallorquines,
asturianos y vascos. Al no sentirse comprendidos, el asunto traería después,
con mayor o menor intensidad, conflictos nacionalistas pendientes aún de
resolver. La biografía de Carlos V
escrita por Manuel Fernández Álvarez[2],
dice al respecto que aunque el emperador hablaba español y francés, en realidad
nunca abandonó la lengua de su Gante natal –el neerlandés, un dialecto del
holandés- y siempre mantuvo un círculo de fieles colaboradores flamencos.
En el
programa museográfico de Franco, Carlos V se mostraba fervientemente católico,
ya que entre 1939 y 1975 España no tenía la constitución aconfesional de hoy, declarándose
oficialmente “católica, apostólica y
romana”[3].
Se hacía énfasis en un hombre retirado a un convento de clausura, que vivía entre
telas negras que cubrían todas las paredes de sus aposentos para mantener el
duelo por su esposa fallecida, Isabel de Portugal, coherente con el modelo de
familia de un régimen en el que no existía divorcio, las mujeres solteras
dependían del padre y las casadas no solo no podían disponer de sus propios
bienes sino tampoco de sí mismas, pues cualquier cosa que quisieran hacer
–entre ellas trabajar- debía contar con la autorización escrita del marido.
La visita
al monasterio enfatizaba el retiro espiritual, la vida monástica y la misa y
comunión diarias, renunciado el poderosísimo monarca a todos los placeres de la
Corte, viviendo en una austeridad equivalente a la sufrida por los propios españoles
durante los primeros años del régimen. Por aquellos años la posguerra fue
durísima. A las seis semanas de finalizar la Guerra Civil una orden Ministerial
de 14 de mayo de 1939 establecía ya el régimen de racionamiento en España para
los productos básicos alimenticios y de primera necesidad. El racionamiento no
alcanzaba a cubrir las necesidades alimenticias básicas de la población, por lo
que se vivieron años de hambre y miseria. En mayo de 1943 al mes de sustitución
de la cartilla familiar por una nueva cartilla individual, el número de
racionados en España superaba los 27 millones de personas[4],
prácticamente toda la población. El racionamiento perduró oficialmente hasta
mayo de 1952, fecha en que desapareció para los productos alimenticios.
En
resumen, el monasterio de Yuste fue transformado así en un objeto de propaganda
franquista transformado en prueba irrefutable de la historia oficial que se nos
contaba. A los efectos que nos ocupan es relevante contar que el conjunto
monumental del Monasterio de Yuste fue arrasado por las tropas francesas
durante la denominada guerra de la Independencia Española, 1808-1814, punto de
inflexión en las Guerras Napoleónicas. Casi
todo lo que puede aún puede visitarse hoy, es fruto de una discutible reconstrucción:
A partir de la década de 1940, nada
más terminar la Guerra Civil, y bajo unos claros deseos de manipulación y
apropiación de la historia imperial, se comenzó la difícil reconstrucción del
monasterio, llevada a cabo por el arquitecto José María González-Valcárcel, que
habría de durar algo más de tres décadas. El edificio se encontraba entonces en
un avanzado grado de abandono y deterioro, lo que, unido a la falta de una
investigación histórica y rigurosa y a un tipo de intervención marcada por
planteamientos (políticos y propagandísticos) predeterminados, ajenos en muchos
casos al propio monumento, forzó la lectura del mismo desde ángulos en
ocasiones considerablemente alejados de su acontecer histórico y artístico.[5]
En 1998,
cuando la Fundación Hispania Nostra, en sintonía con la Asociación Europa
Nostra, asumió el reto de renovar el Monasterio con fondos europeos para
conmemorar el V centenario del nacimiento del César Carlos, España ya no era una nación aislada sino integrada de
pleno derecho en la Unión Europea (lo consiguió el 1 de enero de 1986, once
años después de la muerte del dictador) y la imagen que ahora interesaba
transmitir, no era la de un personaje histórico ferviente defensor de la
Iglesia Romana que luchó por impedir el asentamiento de la doctrina luterana,
sino el visionario de una Europa que pretendió unificarla bajo su dinastía, los
Habsburgo. Carlos V era ahora referente antecesor de la idea de una comunidad
política de derecho que integra y gobierna en común todos los territorios y
pueblos de la “nueva” Europa y en la que caben idiosincrasias, idiomas y diferencias:
Las falsas ideas del retiro ascético
del emperador y las historias que han querido mostrarlo como un hombre
corriente alejado de los asuntos de la vida en general y la política en
concreto han alimentado la sensación de apartamiento y de lugar recóndito.
Pero, cuando Carlos V se estableció en Yuste, el flujo de correos, mensajeros y
personajes que lo visitaron fue sumamente elevado y continuado durante los
apenas dos años que duró su estancia, manteniendo especial correspondencia con
la que entonces era capital de la Corona, Valladolid, pues Carlos V siguió
desde su palacio de Yuste manejando los hijos de la política imperial. No poco
ha tenido que ver en ese deseo histórico de convertirlo casi en un monje que
nunca fue, la invención de la fábula que ha llevado durante siglos a creer que
el palacio del emperador se reducía a lo que en realidad únicamente fueron sus
habitaciones privadas.[6]
En
conclusión, las obras conmemorativas del IV centenario del fallecimiento
financiadas por el régimen de Franco, contaban a los niños que visitaban el
monasterio una historia; y las del V centenario de su nacimiento, financiadas
por la Unión Europea, explicaban a los hijos y nietos de aquellos, otra muy
distinta. El nuevo proyecto, por otra parte, partía de un antecedente francés
apenas conocido hasta esa fecha:
“Por suerte, un arquitecto francés
llamado André Conte –…- recibió una beca del gobierno francés para realizar un
proyecto de estudio en España y que consistió en el levantamiento riguroso y
exacto de las ruinas del monasterio de Yuste, así como una seria propuesta para
su reconstrucción, un trabajo que desarrolló entre los años 1934 y 1935 y al
que hemos tenido acceso gracias a la gran generosidad de su viuda e hijos. La exactitud
a la hora de señalar todos y cada uno de los vestigios y ruinas existentes los
convierte en base fidedigna …”[7]
El plano y
los documentos redactados por Conte fueron vitales para el planteamiento ideológico
y el programa funcional de las obras realizadas durante el periodo 1999-2002. [8]
Hablemos ahora
del monumento a Colón, conjunto escultórico que permaneció durante más de 90
años junto a la Casa Rosada. Obra del florentino Arnaldo Zocchi (1862-1940), el
monumento fue construido inicial e íntegramente en Italia, luego desarmado y todas
sus partes, convenientemente numeradas, se transportaron hasta Buenos Aires
donde el escultor se encargó de dirigir posteriormente su montaje. La primera
piedra se colocó el 24 de mayo de 1910 pero la obra no fue inaugurada hasta
1921. Un monumento que fue viajero desde su inicio, como tantos emigrantes
europeos que vinieron a este país.
Después de
un largo y polémico proceso el monumento a Colón fue retirado en junio de 2013 aunque
todavía no se ha instalado en la que será muy probablemente su futura ubicación[9].
El traslado a la plaza de Colón de la ciudad de Mar del Plata está desestimado
en estos momentos y la obra permanecerá en Buenos Aires. Desmontado y esperando
su montaje, el monumento está hoy literalmente en el limbo, esperando su
destino.
Unos y
otros, a favor y en contra del desmontaje y del traslado, intercambiaron durante
algo más de dos años vehementes opiniones sobre nepotismo, patrimonio, jurisprudencia
e incumplimiento de convenios y de leyes. Curiosamente, el fondo de la cuestión
no es patrimonial, pues el valor artístico del monumento y su protección legal
no está, ni ha estado, suficientemente fundamentado.
En efecto,
el monumento a Colón nunca tuvo la protección jurídica mínima necesaria que lo
habría incluido en una lista de bienes a proteger del patrimonio cultural argentino.
En cuyo caso habría sido inviable jurídicamente la operación. Por poner un
ejemplo extremo, a ningún gobierno se le ocurriría nunca desmontar la Fontana
de Trevi (Roma). El obelisco, por seguir con ejemplos que faciliten la
comprensión del asunto, ícono de Buenos Aires, es Monumento Histórico Nacional
a pesar de haber sido erigido hace relativamente poco tiempo (año 1936, es “una
generación más joven” que el monumento a Colón) lo que también sirve para
eludir la argumentación referente al paso del tiempo a favor o en contra del
valor patrimonial. La antigüedad está vinculada al patrimonio, pero no todo lo
antiguo es patrimonio. De la misma forma, algunas piezas que tienen menos de
100 años –fecha considerada “barrera”- sí que lo son. El “monumento a Colón” no
goza de la protección del Obelisco. Jugando con las palabras podríamos decir
que “el monumento a Colón no es Monumento”.
A favor de
los que apoyaron el desmontaje de Colón, sería aplicable la doctrina Brandi[10]: una obra de arte lo es únicamente si la sociedad la considera
como tal. Eché en falta ese argumento en los
artículos publicados al respecto. Cualquier intervención sobre la obra –en
parámetros estrictamente patrimoniales- depende en primer lugar de ese
reconocimiento. Es la obra de arte la que condiciona la intervención (el
desmontaje y traslado, en este caso) y no al revés. En el asunto que nos ocupa,
la polémica siempre ha estado centrada en la manipulación del conjunto
escultórico, no en el hecho en sí de modificarlo. Un traslado es una
modificación, pues los bienes muebles están arraigados a un lugar determinado. Si
el monumento no es obra de arte, el debate es de inicio irrelevante en términos
estrictamente patrimoniales, pero de enorme repercusión política. Sobre todo si
la sustitución atañe a personajes antagónicos. El binomio Colón-Azurduy casi
obliga a alistarse en una causa o la otra. A favor o en contra de la decisión
de la presidenta. A favor o en contra de la posición elegida por el Gobierno de
la Ciudad. Un ejemplo más del dualismo vinculado al carácter argentino. En
símil futbolístico, ser de River o ser de Boca.
Siguiendo con
Brandi, aunque la obra de arte tenga una "utilidad" (como objeto de culto,
conmemorativo, de liturgia, o cualquier otro), no queda definido su valor solo
por ella (como ocurriría con otros productos de creación humana) sino que se
debe tener en cuenta su consistencia física y su doble polaridad estética e
histórica. Por un lado, la calidad irrebatible como objeto artístico y por otro,
el momento histórico en que fue realizada. Es decir, un tiempo y lugar
concretos que garantizaría a la obra de arte su continuidad en un tiempo y
lugar determinados.
Matices que no
son, en estricto sentido, aplicables al monumento a Colón. No es reconocido
como obra de arte ni por el Estado, ni por el Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, ni por el subconsciente colectivo, ni siquiera por el previo y necesario
dictamen de expertos de reconocido prestigio. El monumento a Colón no fue investido
de una figura jurídica que lo protegiese a efectos estrictamente patrimoniales.
Las leyes que han argumentado quienes estaban en contra del traslado, aludían a
cuestiones de propiedad alegando básicamente que el Gobierno de la Nación no
tenía competencia sobre un objeto propiedad de la ciudad de Buenos Aires. El
patrimonio es de todos, los objetos no. El debate sobre la propiedad también es
irrelevante a efectos de patrimonio.
Por
último, el sofisma que se esconde tras una manipulación
lingüística, pues la palabra “monumento” no define exclusivamente a un bien
cultural y tiene varias acepciones. Cuando decimos “monumento a Colón”, estamos
aludiendo correctamente a su carácter como “obra pública y patente, como una
estatua, una inscripción o un sepulcro, puesta en memoria de una acción heroica
u otra cosa singular”, indiferentemente de que la palabra
“monumento” pueda ser también una “construcción
que posee valor artístico, arqueológico o histórico”. De nuevo,
interesadamente, este concepto lingüístico ha enturbiado el asunto,
confundiéndolo. Son las cosas del español, entendido como idioma. Ocurre lo
mismo con cientos de palabras. “Lengua” por ejemplo es “el órgano muscular situado en la
cavidad de la boca de los vertebrados y que sirve para gustación”, pero
también un “sistema de comunicación
verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana”. Una cosa es
la lengua seca de una madre con sed y otra muy distinta nuestra “lengua
materna”.
Sí, el “monumento
a Colón” es monumento (digamos con minúscula, para entendernos) en la medida en
que representa a alguien muerto y lo conmemora; pero no es Monumento (con
mayúscula) a efectos del cumplimiento de las normas municipales, regionales,
nacionales o internacionales de protección del patrimonio que pudieran serle de
aplicación. Para decirlo de una forma sencilla: las estatuas pueden ser obras
de arte, pero la mayoría de ellas no lo son.
Baste como
prueba de nuestra argumentación las palabras dichas por Diego Santilli,
ministro de Ambiente y Espacio Público del gobierno de la ciudad de Buenos
Aires:
"Si el gobierno nacional quiere
trasladar el monumento dentro del espacio de la plaza que lleva su nombre,
puede hacerlo sin inconvenientes, porque la Nación tiene a su cargo el cuidado
de la misma. Pero si su intención es sacarlo de allí y trasladarlo a otro
espacio público, entonces va a necesitar una ley de la Legislatura de la
ciudad de Buenos Aires"
En aquel
momento, marzo de 2013, el gobierno de la ciudad no cuestionaba el daño que el
montaje y desmontaje pudiera ocasionar al monumento. Este asunto es vital
cuando manipulamos una obra de arte. Una prueba más de que el debate de fondo
nunca fue “patrimonial”. Al gobierno de la ciudad no le parecía relevante la
manipulación del objeto, sino la distancia a la que sería montado: dentro de la
reja, nada que decir; fuera de ella, por pocos metros que sea, sí. Recordemos
nuevamente la génesis misma de la escultura, pensada para ser montada y
desmontada desde su propia concepción. Y hablo aquí de escultura usando la
acepción “obra ejecutada por un escultor”
y no la otra “obra de arte escultórica”.
Matices, nuevamente.
Varias
asociaciones han exigido que se mantuviese en su ubicación nacional alegando
defensa del patrimonio, circunstancias arquitectónicas, cuestiones urbanísticas
y/o el derecho al mantenimiento de las circunstancias que hicieron posible su
inicial implantación. En este caso el obsequio a la ciudad por parte de la
colectividad italiana en la conmemoración del primer Centenario de la
Revolución de Mayo. Sin embargo, todas las partes suelen eludir un punto que yo
considero vital en este debate: Cristóbal Colón no es hoy el mismo personaje
indiscutible que hace 100 años. Se donó para celebrar el primer centenario,
pero no hace mucho que hemos celebrado el bicentenario de nuestro país. Los
fastos del centenario, fueron muy diferentes a los del bicentenario, valga la
redundancia. Hablar de este asunto nos obliga por tanto también a hacerlo sobre
la propia figura del navegante. Lo que para unos fue una hazaña indiscutible es
para otros el inicio de la desaparición de la mayor parte de los pueblos
originarios, un genocidio. Lo que antes se celebraba, hoy se discute. Y en la
discusión afloran también militancias ideológicas, posicionamientos políticos,
visiones diferentes de América Latina y del mundo.
Cristóbal
Colón murió cuando Carlos de Harbsburgo tenía 6 años. Son personajes
contemporáneos. El viaje del navegante genovés tuvo como consecuencia la
anexión a la corona de España de los territorios de ultramar descubiertos
durante el siglo XVI. Dos siglos más
tarde, entre 1740 y 1790, el Imperio Español aún ocupaba 19’5 millones de kilómetros
cuadrados, el 13% de la superficie terrestre.
Y aunque la figura Colón no es tan polémica como la de Hernán Cortés o
Francisco Pizarro, muchos lo consideran el inicio de todo lo que vendría
después. Un mismo hecho histórico, diferentes interpretaciones. Personajes que
antes fueron venerados, hoy se estudian con distancia y escepticismo. Las
nuevas corrientes historiográficas sobre el presidente Julio Argentino Roca
(1843-1914) sirven también para ilustrar lo que quiero decir.
El
desmontaje del monumento a Colón tiene un equipo de curadoría dirigido por el
arquitecto y escultor Omar Stela. Su pensamiento es radical, pero explica
perfectamente su visión del traslado:
“Un monumento es un exvoto, una
ofrenda. En el caso de Colón, es una ofrenda que no es ingenua: como la Torre
de los Ingleses o el Monumento de los Españoles, es una forma de marcar
territorio, de decir que éste es un país que mira hacia Europa. El monumento a
Colón es un monumento a la desheredad: un monumento a los hijos de una Madre
Patria que hoy son negados por esa misma madre, que son tratados como
extranjeros o expulsados. Retirarlo es profundizar esa herida, es un gesto más
de alejamiento de Europa. A Colón no se lo involucra en el genocidio de los
pueblos originarios, pero desde la llegada de Colón, la población de la isla
Guanahani se redujo en un 90 por ciento”.[11]
Es la
opinión de un particular, aunque esté vinculado profesionalmente con el
proyecto. Él habla dentro de un país
libre y su opinión es compartida por muchos otros. La democracia
afortunadamente es así. Lo que no es “particular” sino “de Estado” es la
opinión de nuestra presidenta. El Estado aleja así de la Casa Rosada un
capítulo de la Historia y lo sustituye por otro:
“No es una decisión caprichosa. Nosotros tratamos a todo el mundo con
mucho respeto. Queremos sacar a Cristóbal Colón para instalar al lado de la
Casa Rosada, representación de toda la historia de los argentinos, de toda la
sangre derramada ... queremos poner a la Juana Azurduy, esa heroína de la
Independencia”[12]
Es el signo de los nuevos tiempos. Queda por tanto probado que nunca
fue el último viaje de Colón un debate patrimonial, por lo que quizá no debería
haberse incluido en este número especial de Patrimonio un artículo como éste.
[1] Joseph Goebbels (1897-1945), canciller de la Alemania nazi y
ministro del III Reich para la Ilustración Pública y Propaganda: “La propaganda debe etiquetar los
acontecimientos y a las personas con frases o consignas que puedan ser
aprendidas con facilidad”.
[2] Manuel Fernández Álvarez (1921-2010), considerado en vida la mayor
autoridad en la Historia de la España del siglo XVI. Dedicó 50 años de su vida
al estudio de Carlos V, fruto de los cuales son su obra magna “Carlos V, el césar y el hombre” y
el monumental “Corpus documental de
Carlos V” (Salamanca, 1973-1981).
[3] “Con inmenso gozo nos
dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la Católica España, para expresaros
nuestra paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que
Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad,
probado en tantos y tan generosos sufrimientos”, papa Pio XII, 16 de abril
de 1939, a través de Radio Vaticano, solo dos semanas después de terminada la
Guerra Civil Española que puso fin a la II República.
[4] Roque Moreno Fonseret, Movimientos interiores y racionamiento
alimenticio en la postguerra española.
[5] Antonio Perla, De la historia
al mito romántico, páginas 15 a 82 del libro “El Monasterio de Yuste”
(Madrid, 2007)
[6] Antonio Perla, historiador, investigador histórico durante las
obras de restauración del monasterio de Yuste, ídem. Anterior.
[7] Antonio Perla, obra citada.
[8] Convenio de colaboración entre la Fundación Caja Madrid y la
Fundación Hispania Nostra para la conservación integrada del monasterio de San
Jerónimo de Yuste. El proyecto de licitación y la posterior contratación de la
obras fue coordinado por la Oficina Técnica de la Fundación Hispania Nostra,
bajo la dirección de su vicepresidente ejecutivo, integrante a su vez de una
Comisión de Control y Seguimiento compuesta también por el arquitecto jefe del
Servicio del Departamento de Monumentos y Arqueología del Instituto del
Patrimonio Histórico Español, el director del Programa de Conservación del
Patrimonio Histórico Español de la Fundación Caja Madrid y el jefe del Servicio
de Proyectos y Obras de la Junta de Extremadura. El equipo técnico estuvo
formado por un total de 16 técnicos y se realizó en dos fases.
[9] Acuerdo entre el Gobierno Nacional y el Gobierno de la Ciudad de 5
de junio de 2014 para situarlo frente a Aeroparque, en el espigón de la
Costanera Norte.
[10] Cesare Brandi (1906-1988), historiador y crítico de arte, ensayista
y especialista en la teoría de restauración de obras de arte.
[11] El último viaje de Colón, diario “Página 12”, 14 de julio de 2013.
[12] Cristina Fernández de Kirchner, durante el discurso de inauguración
de las nuevas instalaciones del Instituto Balseiro de Bariloche, 4 de julio de
2013.
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