viernes, 25 de mayo de 2012
Cadáveres Embalsamados
A propósito del cadáver de Eva Perón.
El cadáver de Evita fue embalsamado, entre 1952 y 1953, por el médico español Pedro Ara Sarriá (Zaragoza, España, 1891 - Buenos Aires, Argentina, 1973). Durante años perfeccionó la técnica de parafinización que utilizo para embalsamar a la esposa de Juan Domingo Perón. Entre los años 1928-1929 realiza con la técnica de la parafinización la que hasta hoy es la preparación cumbre del Museo Anatómico Pedro Ara: “Cabeza de Viejo”. Dicha técnica, fue ideada por Leo Frederiq en 1876, reanudada por el Prof. Ferdinand Hochstetter y perfeccionada posteriormente por el Dr. Ara. Con esta técnica embalsamó el cadáver de músico Manuel de Falla que falleció en la ciudad de Alta Gracia y luego fue trasladado a España. Se dice que por el trabajo realizado sobre el cadáver de María Eva Duarte de Perón cobró 100.000 doláres de la época (1952-1953).
Traigo a colación este hecho ante el reciente 21º aniversario de la lectura de una conferencia mítica: la que impartió el día 23 de mayo de 1991, Antoni González Moreno-Navarro, por aquel entonces Arquitecto Jefe del Servicio del Patrimonio Arquitectónico de la Diputación de Barcelona (España). Se celebró aquella conferencia en el Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja de Madrid. El título de la ponencia fue La Restauración de Monumentos a las Puertas del Siglo XXI. El texto integro se publicó en la revista Informes de la Construcción del año 1991. En los primeros minutos, el profesor González, realizó una comparación entre su trabajo y el del médico que reconstruyó el cadáver del artista Salvador Dalí:
Informe de la Construcción, Vol. 43, número 413, mayo/junio 1991, págs. 5 a 20, Antoni González Moreno-Navarro:
Un día oí en el televisor (confieso que la televisión la oigo más que escucharla y, por supuesto, mucho más que mirarla) que alguien hablaba de restauración. Y aunque nunca sabes si al amparo de esa mágica palabra se referirán a la ensalada fría de pasta fresca de Rosa Grau, nuestra gran cocinera, o al trabajo de un odontólogo o incluso a la labor de un interventor dispuesto a redimir una partida presupuestaria olvidada -que hoy en día a todo eso se llama restauración- lo cierto es que llevado de una cierta deformación profesional, presté atención a la pantalla. Efectivamente no se trataba de una restauración monumental lo que allí se comentaba. Ni era un arquitecto, ni un historiador, quien era entrevistado: era un cirujano, pero fue una auténtica restauración lo que explicó.
La restauración -el propio doctor la bautizó así- del cadáver de nuestro gran pintor Salvador Dalí, definitivamente fallecido pocos días antes en su Empordà natal. Por fortuna, el cirujano no entró en detalles sobre la técnica empleada en su labor restauratoria, pero expresó con claridad los criterios de su intervención.
"Por causa de la enfermedad", dijo, "Dalí llegó a tener un aspecto lamentable, a convertirse en una ruina. Como teníamos que exponerlo en la capilla ardiente, ante el público, ante la televisión, pensé que había que devolverle una imagen adecuada. Evidentemente no podía retornarle a su juventud, con sus bigotes erguidos y su sonrisa de sorna; no por motivos técnicos" (recuerdo que dijo el médico que sí hubiera podido hacerlo) sino por motivos de credibilidad".
"Nadie hubiera aceptado aquella imagen del genio, así que" - dijo el médico- "le devolví la imagen que tenía antes de su enfermedad, la que la gente podía recordar con ternura", ... La imagen de un Dalí mayor pero no viejo, o viejo pero no destruido.
La reconstrucción fue posible y legítima. El limite era solo cuestión de técnica, de rigor científico y, sobre todo, de intencionalidad (solo la voluntad de mostrar al difunto justificaba una manipulación que en otro caso hubiera sido gratuita).
¿No ocurre acaso lo mismo, pensé, en la restauración monumental?