Llevaba varios días encontrándose mal y esa mañana pidió a su marido que la acompañase a una revisión médica, supuestamente rutinaria. Estaba cansada de sentirse sola. Ni ella ni él suponían que esa petición cambiaría el resto de sus respectivas vidas.
Cuando salieron de la clínica él la miró. El doctor la había dado dos semanas de vida. De pronto recordó a su esposa 40 años atrás: morena, con unas enormes gafas de sol casi tan grandes como su sonrisa, dentro de un abrigo rojo muy ceñido a la cintura casi tan rojo como su pasión. Siempre le gustó aquel abrigo. Se casaron, tuvieron 4 hijos, romances extramatrimoniales, algunas crisis, varias reconciliaciones, sueños rotos, decepciones, sonrisas, llantos, cenas de aniversario, navidades en familia, huidas hacia adelante y una casita en la playa. Hacía varios años que ya no se querían, pero eso hacía tiempo que había dejado de preocuparles.
Ambos estaban desorientados. No sabían qué hacer ni qué decir, en un momento como éste. Decidieron simplemente tomar un café. El la tomó de la mano, muy tímidamente, pues hacía años que no la tocaba en público. Ella aceptó esta vez esa muestra de cariño. Incluso parecía que volvieron a sintonizar sus pulsaciones. ¡Qué tontería!, pensaron ambos y en silencio.
Mientras esperaban el café y tres medialunas el marido buscó en el bolsillo su teléfono móvil. Llamó a su secretaria, con quien por cierto compartió en diferentes momentos de su vida, algo más que agendas y jornadas laborales. Hacía años que no tenía vacaciones, al menos no tenía "vacaciones oficiales". No iría a trabajar en las próximas dos semanas.
La cafetería que eligieron estaba casualmente al lado del Teatro de la Opera. ¿Qué tal si sacamos entradas para esta noche? Volvieron a casa, apenas almorzaron, durmieron una siesta. De nuevo abrazados. Al despertar se ducharon, se vistieron lindos y se sonrieron. ¿Dónde quedaron almacenadas las caricias durante todos estos años?
Camino del teatro él no podía quitarse de la cabeza la imagen de ella desnuda, tal y como la había visto ese mismo día al salir del cuarto de baño, mientras ella se ponía las medias y se ajustaba el vestido. ¡Qué linda era! Hacía tiempo que no reparaba en ese cuerpo de mujer.
Tras la representación recuperaron también la vieja costumbre de cenar en un restaurante cercano. Entre el primer y el segundo plato se les ocurrió recordar los momentos más felices de su matrimonio.
- La Habana. A él le habían invitado a dar una conferencia en el convento de San Francisco con motivo de un aburrido y predecible congreso de literatura. En un despiste de la organización se separaron del grupo. Preguntando llegaron al “Floridita” y se sentaron al lado de la silla de Hemingway. El barman les sirvió dos daikirís (como los pronuncian allí) y unas rodajas de plátano frito como aperitivo. Lo intentaron muchas otras veces, pero nunca en la vida les volvieron a servir cócteles como aquellos.
- Finisterre. Galicia. ¿Te acuerdas? Debimos de llegar hasta allí en un viaje de vacaciones. Debió de ser por el mes de agosto. Las olas golpeaban con violencia contra las rocas. Al lado del faro no había nadie más. Sintieron miedo. Se sobrecogieron. Delante de ellos un inmenso horizonte azul. Se besaron. Y por la noche hicieron el amor con la ilusión de dos jóvenes novios.
- Madrid. Les acababan de dar las llaves de su primera casa. Nerviosos entraron. Todo era minúsculo. Entre aquellas cuatro paredes, todos sus ahorros, todos sus anhelos, todas sus esperanzas. Allí engendraron a sus tres primeros hijos, los tres varones.
- Valladolid. Ella se sintió mal. En urgencias les dieron la enhorabuena. Iban a tener otro hijo. Una niña, esta vez. El pequeño ya tenía 15 años. Cuando se lo contaron les tomó por locos. Maravillosamente locos.
- Aquel verano no tenían dinero para irse de vacaciones, así que decidieron disfrutar de Madrid con la solvencia y desinhibición de una familia de turistas. Aquel verano visitaron Madrid. Al entrar en el Museo del Prado con sus hijos sintieron que nunca antes habían estado allí.
- Napolés. Debió de ser por el año 82. Se hospedaban en un hotel al lado del Castell Nouvo. Ese día se adentraron en el barrio español. Unos muchachos les pidieron la hora. Minutos después no tenían reloj. Asustados llegaron al hotel. Y no salieron de él durante los siguientes tres días.
- Estambul. Constantinopla, como gustaban decir. Iluminados por la luz de las velas se bañaron en uno de los edificios diseñados por Sinán, el arquitecto de Solimán el Magnifico. Primero ella. Asustada. Un par de horas después, durante el turno masculino, le tocó el turno a él.
Se encontraban tan alegres que aquella noche, al terminar de cenar, decidieron repetir la experiencia durante el resto de sus vidas. Si el médico estaba en lo cierto, apenas quedaban 14 días. 14 días nada más, 14 días nada menos.
Y cada noche, siempre entre el primero y el segundo plato, continuaron su juego, recordando una vida en común que no había sido, ni mucho menos, tan infeliz como últimamente les parecía.
- El martes recordaron la forma en que se conocieron.
- El miércoles el día en que sus familias se conocieron.
- El jueves el final de sus estudios.
- El viernes los coches que compraron. Y también los que alquilaron. ¿Te acuerdas de aquel R5 que alquilamos en Formentera?.
- El sábado eligieron las 10 mejores películas que habían visto.
- El domingo los 10 mejores libros que habían leído.
- El lunes los 10 mejores hoteles en los que se habían alojado.
- El martes las ciudades más hermosas que habían visitado: Córdoba, Casablanca, Sofía, Londres, Amberes, Túnez.
Aquel martes, al terminar de cenar no volvieron a casa. Se marcharon a la nueva terminal del aeropuerto. Sólo una taquilla permanecía abierta en ese momento. Pidieron dos pasajes para el próximo vuelo. ¿A dónde?. A donde sea, señorita. Tres horas después aterrizaban en el aeropuerto de Roma.
El miércoles recorrieron la Via Conciliazone, el Panteón, Santa María la Mayor, el foro de Trajano. A media tarde se tomaron un tartufo en la Piazza Navona. Después visitaron el Coloseo, ascendieron por la Escala Sagrada. Entraron en San Pedro. Visitaron la Villa Borghese y se detuvieron ante Apolo y Dafne. Ante aquella obra ella sintió que también empezaba a transformarse en laurel.
Regresaron a Madrid. El jueves no pudieron ir a cenar.
Allí estaba París. Sus padres le habían puesto ese nombre en homenaje a la ciudad en la que la desearon y la concibieron. Tumbada. Debajo de una sabana de hospital. Completamente vencida. Completamente desnuda. Completamente serena. Acababa de morir.
Una lágrima rodó por su cara. La besó por última vez. Durante esos últimos 15 días, a fuerza de comportarse como un enamorado, se había vuelto a enamorar.
Luis Cercós, 2007
Del libro de cuentos: Pasando el Ecuador.