domingo, 21 de julio de 2013

Villajoyosa (España), Burano (Italia), Sopot (Polonia), isla de Malta






En algunos pueblos del Mediterráneo pervive una hermosa y ancestral costumbre, vinculada al riesgo de la mar. Cuando un pescador sale del puerto, su familia y él saben que hay una posibilidad de no regreso, pues la mar de vez en cuando retiene en su vientre a algunos de sus hijos, en una trágica ceremonia inversa a la del nacimiento. Tanto las fachadas de las casas, como las barcas de pesca, están pintadas de hermosos colores.

Desde la mar, cuando la faena ha terminado, de regreso a casa, desde la mar (cuando estás dentro de ella, siempre en femenino), los marineros ven el color de su casa, la identifican entre las demás y saben que en poco tiempo, esta noche, volverán allí para cenar.

De igual manera sus familias, asomadas a la ventana al caer la tarde, buscarán entre las embarcaciones que regresan el color de la barca de sus maridos, de sus novios o de sus hijos. Y en ese momento, al verles volver, también saben que ayer no fue la última vez que ellos durmieron en su cama.

Sí, colores que son, para verles volver.

Luis Cercós
Santiago, Chile