La soñé de espaldas. Ella no sabía que yo estaba allí y tenía razón, pues yo realmente no estaba allí sino que era ella la que estaba en mis sueños.
La vi de espaldas, mirando al mar. Pensaba. Hablaba con el mar.
Y el mar hablaba con ella.
- ¡Ayúdame, mar! ¡Si tienes algún poder, haz que transformándose, desaparezca esta neblina de mis ojos¡
Observé como los cabellos caían en desorden sobre su cuello y no pude hacer otra cosa que seguir mirando.
De pronto sus cabellos se transformaron en olas y sus pies en blanca y cálida arena de playa.
Los pezones de sus pechos se transformaron en espuma y sus ojos en agua de mar.
Transformada, la marea se la llevó momentáneamente. Y a la siguiente ola ella volvió a la orilla, para irse y venir, siempre libre, cada vez con más fuerza.
No sentí tristeza al ver que volvía a partir, pues sabía que siempre volvería pronto de sus cortos viajes. Que esos viajes eran parte de su propio ser: ser ola sin dejar de ser arena; ser espuma sin dejar de ser playa; ser feliz sin dejar de ser mar.
Caminé despacio hacia la orilla y mojé mis pies en el mar de ella.
Mirando el horizonte comprendí que así es el amor verdadero: dejar que el otro sea lo que tiene que ser y esperar a que vuelva cuando tenga que volver.
Como la marea.
Luis Cercós
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