Hace algunos años fui conferenciante de relativo éxito. Me invitaban a cursos, ciclos y clases especializadas. Acostumbraba yo a cerrar mis reflexiones sobre la restauración arquitectónica con una diapositiva que mostraba el antes, después y otra vez antes, de una mujer que pasaba una y otra vez por la camilla de un conocido cirujano plástico.
Imaginen ustedes, solía yo decir, que un edificio antiguo es, en cierto modo, como nuestra abuela más querida. Un día, nuestra abuela se rompe, pongamos por caso, una pierna. Y aprovechando el postoperatorio, el médico de nuestra abuela decide comenzar a tentarla con operaciones de falso rejuvenecimiento. Digo falso porque la abuela, al fin y al cabo, tiene los años que tiene.
En cierto modo, algo similar ocurre cuando nos encargan, por ejemplo, la reparación de una cubierta y, aprovechando el andamio, nos ponemos a eliminar pátinas, consolidar sillares, reconstruir formas y volúmenes, hidrofugar fábricas, reinterpretar espacios interiores. Total, ya que estamos allí.
Un día, el médico de nuestra abuela nos llama para decirnos que le ha dado, por fin, el alta médica y que ya podemos pasar por el hospital para recogerla. Cuando llegamos a la recepción, no reconocemos a nuestra abuela porque la mujer que allí nos espera, se parece extraordinariamente a nuestra madre, o lo que es peor, a nuestra hermana.
Y un día, al visitar una de nuestras viejas obras comprobamos que nuestro afán restaurador borró los signos de antigüedad del edificio y entonces comprendemos que “restaurar” es devolver la funcionalidad y no la juventud.
Pues los monumentos, al igual que los abuelos, son, por definición, mucho más viejos que nosotros.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
luiscercos@lc-architects.com
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