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A propósito del
cadáver no embalsamado de Hugo Chávez: una reflexión sobre la restauración
monumental
Autor: Luis Cercós, restaurador de arquitectura, responsable
metodológico del departamento de restauración de Moguerza Constructora SpA
Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver[i]
A los pocos días del fallecimiento del
Comandante Chávez (5 de marzo de 2013) el hasta entonces
vicepresidente
Nicolás Maduro
anunció la intención de embalsamar al Presidente. Desde el mismo momento en que
leí la noticia, restaurador de arquitectura como soy, pensé en la imposibilidad
de tal mandato, no por razones técnicas
[ii],
sino ideológicas o intelectuales.
Se ha decidido
preparar el cuerpo del comandante Presidente, embalsamarlo, para que quede
abierto permanentemente en el Museo de la Revolución. Quedará el cuerpo de
nuestro comandante en jefe embalsamado de manera especial para que pueda estar
en una urna de cristal, para que el pueblo pueda tenerlo allí por siempre. ¡Por
siempre![iii]
De la misma forma en que ante la ruina de un edificio, los
arquitectos deben preguntarse qué imagen del monumento devolver a la sociedad
(el monumento recién construido, allá en su lejana génesis; el monumento tal y
como fue en su momento de máximo esplendor, quizá varios siglos después de su
construcción; o el monumento en los años previos a su colapso), la pregunta que
debían hacerse los especialistas médicos era previa y evidente: ¿qué imagen del
presidente venezolano debemos congelar, toda vez que los estragos de su
enfermedad (y de su posterior agonía y muerte) eran ya evidentes desde la
difusión de las últimas imágenes conocidas del líder bolivariano, incluso desde
varios meses antes del inicio del fin?
De haberse consumado el embalsamamiento la operación habría
derivado, casi inevitablemente y con el paso de los años, en una operación de
desprestigio hacia la imagen icónica que hoy se quería conseguir. El presidente
Chávez, desgraciadamente para él y para los que le apreciábamos, había dejado
de ser físicamente atractivo (que no intelectualmente atractivo), desde muchos
meses antes de morir.
O lo qué es lo mismo: ¿sería tan grande el mito de Ernesto Guevara si no hubiera
existido la famosísima y en gran parte
casual fotografía de Alberto Korda
(curiosamente tomada también un 5 de marzo, el de 1960, durante el cortejo
fúnebre de los muertos en el atentado terrorista al barco La Coubre); ¿sería
tan grande el mito del Ché si no se
conocieran las fotografías de su injusta y sumaria ejecución y el
extraordinario parecido con el Cristo yacente
de Andrea Mantegna (1480-1490)?
A pesar
de su juventud, apenas dos siglos de historia, la restauración de monumentos no
ha sido siempre entendida ni practicada de la misma manera. Y en cualquier
caso, salvo escasas excepciones, nos ha sido enseñada –incluso dictada- desde
los cánones academicistas y culturales del siempre omnipresente hemisferio
norte. Este hecho, aunque pudiera parecer lícito pues allí nació la disciplina,
no parece ya absolutamente adecuado cuando hablamos de restaurar el patrimonio
arquitectónico latinoamericano: Mirar lo
propio, con ojos propios[iv].
La
centenaria, decana y muy prestigiosa Revista de Arquitectura de la Sociedad
Central de Arquitectos de la República Argentina dedicó su número de agosto de
2012 al Patrimonio. El título elegido por su curadora, la arquitecta Rita
Comando, era una absoluta e irreverente declaración de intenciones: “Patrimonio. Prohibido No Tocar”[v]. El
argumento elegido entraba en colisión, sin pretenderlo, con el artículo del
periodista francés Philippe Bovet, publicado también a este lado del Atlántico
y en idéntico mes, agosto de 2012, dentro de la edición chilena de Le Monde Diplomatique: “¿Rehabilitar o Demoler? Arquitectos, no
rompan nada”: Si la rehabilitación de
edificios no se acostumbra aún, es seguramente porque, desde su formación, los
arquitectos aprenden a valorar lo nuevo y piensan que no pueden expresarse de
otra manera. Trabajar sobre lo existente no significaría más que conservar la
obra de otro”.
Por un
lado, una revista de arquitectura altamente especializada. Un clásico ya,
fundada en 1904. Por otro un periódico político y muy comprometido, pero
alejado del mundo de la arquitectura, con presencia, a través de diferentes
ediciones, en las dos orillas del océano Atlántico y a ambos lados del Ecuador.
El Patrimonio es ya, no solo aparentemente, un derecho de la sociedad, no un
tema exclusivo de especialistas. Quede claro, en cualquier caso, que no estoy
de acuerdo con el pesimista diagnóstico de Mr. Bovet sobre el estado de la
cuestión pues muchos son los ejemplos de excelentes actuaciones sobre un
patrimonio construido prexistente. Pero comprendo la sensación que el
periodista y muchos activistas bienintencionados pudieran tener en relación con
la vulnerabilidad del patrimonio arquitectónico. No hay nada que temer. Nunca
ha estado el patrimonio arquitectónico tan protegido como hoy. En palabras de
Rem Koolhaas, premio Pritzker 2000, la
parte del mundo declarada inalterable por regímenes de preservación está
creciendo exponencialmente. Una enorme sección de nuestro mundo (alrededor del
12%) ya no puede ser tocado[vi].
Siendo
como soy, ya lo he dicho, restaurador de arquitectura, no puedo evitar, por
amante también de la arquitectura, mostrarme completamente de acuerdo con los
que piensan hoy que el avance de la preservación necesita inevitablemente del
desarrollo de una teoría de su opuesto. El fundamentalismo restaurador, lo he
visto durante mis 22 años de profesión, no lleva a otra cosa que la
falsificación. En el mejor de los casos, a la congelación de la ciudad. El
debate hoy es no tanto qué piezas salvar, sino cuáles ser capaces de descartar[vii]. De la misma forma, el fundamentalismo
revolucionario puede llevar (el mundo ya ha vivido ejemplos similares), a una
demagógica y supersticiosa religión muy alejada del objetivo principal del
Presidente fallecido.
Ninguna persona remotamente honesta, ni
siquiera su más fiero opositor, puede negar el nivel de camaradería, de
confianza e incluso de cariño que Chávez sentía por los pobres de Venezuela y
por la causa de la integración latinoamericana. De las muchas personas
influyentes y líderes políticos que he conocido en mi vida, pocos han creído
tanto en la unidad de nuestro continente y sus pueblos disímiles –indígenas,
descendientes de europeos y africanos, inmigrantes recientes- como él lo hizo.[viii]
¿Qué
sería entonces hoy, especialmente en América Latina (pues en otro sitio pudiera
ser otra cosa), restaurar? ¿Cómo intervenir sobre el patrimonio (tangible y/o
intangible existente? ¿Qué salvar y qué demoler? ¿Qué cadáveres enterrar y cuáles embalsamar? Para responder a estas
cuestiones necesito relacionar la restauración de arquitectura (y especialmente
de monumentos) con otra disciplina claramente vinculada pero de mucha mayor
tradición: la Historia. Ambas, Historia y Restauración, persiguen el mismo
objetivo: interpretar correctamente el
tiempo pasado[ix].
O al menos, eso se les supone.
Embalsamar
el cadáver de Chávez supondría falsificar irremediablemente su esencia, su
vitalidad, su conexión con las masas, su dominio de los medios de comunicación,
su dialéctica, su fuerza, su carisma. Cualquiera que viva o haya vivido,
durante estos últimos 15 años, temporal o permanentemente en América Latina, lo
sabe. Chávez no necesita una urna de cristal para ser recordado. Quizá pudiera
ser necesario en el caso de un mito prefabricado, artificial, vacío, sin ideas,
en cuyo caso su legado y su espíritu pudieran también morir con él. No es ese,
al menos hoy, el caso de Chávez. No es momento de nuevas religiones. O parafraseándole
a él, no es momento de pequeñas patrias,
no es momento de pequeñas batallas.
La
Historia no es solo un relato de los hechos, sino la búsqueda del conocimiento
y de la verdad, la comprensión del por qué se actuó o por qué se dejó de actuar
de una manera determinada. Durante muchos años se estudiará en las
universidades del mundo el caso y el legado de Chávez y en consecuencia,
mientras una mayoría de gobiernos latinoamericanos siga el camino de una
alianza más o menos real, su vida, a pesar de haber físicamente acabado,
seguirá alentada por sus homónimos. En consecuencia, de la misma forma en que
el cadáver de Cristo no habría permitido un inicio ideológico del cristianismo,
pues todo está basado en la evidencia improbable e improbada de su resurrección,
el robo o destrucción del cadáver embalsamado y permanente de Chávez, podría
suponer, a medio plazo, el fin del chavismo. Ya ocurrió con el de Evita,
cadáver incómodo que había que secuestrar y que vivió (nunca peor dicho) una
suerte increíble de vicisitudes.
¿Acaso
no trata precisamente de esto, también, la restauración de arquitectura? La restauración de monumentos es disciplina
cambiante pues implica
un planteamiento intelectual frente al concepto que en cada momento presente se
tiene del tiempo pasado. Ejemplo máximo de ello supone el uso de la
restauración de monumentos como herramienta política, no solo de regímenes
totalitarios, sino también de gobiernos democráticos.
De la misma forma,
un cadáver embalsamado también es, fundamental y básicamente, una herramienta
política. Así ocurrió con los faraones egipcios, así en la cultura inca, así
con Lenin, Kim Il-Sung o Mao Tse Tung.
La consecuencia
directa de todo ello es que los monumentos, o los mitos, sobre todo aquellos
más cargados de ideología, se cubren de matices a la manera de las cebollas,
susceptibles una tras otra de ser retiradas en sentido inverso a su
crecimiento. Nada que objetar, salvo el hipócrita hecho de obviar que el
monumento también tiene un enorme valor como documento (en ocasiones mayor que
como pieza arquitectónica). Todo lo que ha ocurrido sobre él, a lo largo de su
historia, debe ser considerado relevante y digno de permanencia. Su ruina (su
muerte), en un momento dado y por supuesto, también. No la podemos, ni debemos
revertir. El restaurador contemporáneo no puede borrar completamente momentos
históricos vividos por/en el monumento. Tampoco renunciar a los compromisos y
lenguajes de nuestro propio tiempo. Esa es la idea: no puede ser falso lo que
no intenta parecerse al pasado. Al no recrear, al no reconstruir, no habrá
nunca riesgo de falsificación. Esta es la razón por la que los nuevos
arquitectos restauradores, los más dotados o los más comprometidos, cada vez
estén menos afectados del mal del reconstructivismo. La consigna debería ser,
por encima de cualquier otra, no falsificar, no reinterpretar, no mentir, no
inventar.
Hugo Chávez, no fue
un hermoso cadáver. Presentarlo de otra forma ante la sociedad venezolana sería
un atentado contra su propia credibilidad como político, sobre todo entre
aquellos que no compartieron su ideología o sus formas. La misión de los
embalsamadores era desde el inicio, imposible de cumplir.
Tras su muerte, Evita fue embalsamada por el médico Pedro Ara Sarriá (Zaragoza,
España, 1891 - Buenos Aires, Argentina, 1973), quien durante años perfeccionó
la técnica de parafinización. Veintitrés años antes había realizado con ese
mismo procedimiento la que hasta hoy es la preparación cumbre del Museo
Anatómico Pedro Ara de Buenos Aires: su “Cabeza de Viejo”. El método
original fue ideado por Leo Frederiq en 1876. También con esta técnica el
Dr. Ara embalsamó el cuerpo
del músico Manuel de Falla, fallecido en la ciudad de Alta
Gracia (Argentina) y posteriormente repatriado a España.
El 23 de mayo de 1991, Antoni González Moreno-Navarro, por aquel entonces
Arquitecto
Jefe del Servicio del Patrimonio Arquitectónico de la Diputación de Barcelona (España)
impartió en el
Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja de
Madrid una conferencia magistral, como la mayoría de las suyas por otra parte.
Casualmente yo, recién licenciado, estaba allí. La ponencia, oportunamente
transcrita, se tituló posteriormente “
La Restauración de Monumentos a las
Puertas del Siglo XXI” y su texto íntegro, hoy fácilmente accesible por
internet, se publicó en la revista “
Informes de la Construcción” de
ese mismo año
[x]. Aquel
lejano día, en los primeros minutos de su intervención, el profesor González
–la persona que más ha influido en mi trayectoria profesional-, realizó una
comparación entre su método de trabajo y el del médico que reconstruyó el
cadáver de Salvador Dalí:
“…Un día oí en el televisor que alguien
hablaba de restauración. No
se trataba de una restauración
monumental lo que allí se comentaba. No era arquitecto ni
historiador el entrevistado, sino un cirujano, pero fue una auténtica restauración lo que
explicó. Se trataba de la restauración -el
propio doctor la bautizó así- del cadáver del
pintor Salvador Dalí, fallecido pocos días antes en su Empordà natal.
Por fortuna, el cirujano no entró en detalles sobre la técnica empleada en su labor restauratoria, pero
expresó con claridad los criterios
de su intervención.
"Por causa de la enfermedad", dijo, "Dalí
llegó a tener un aspecto lamentable, convirtiéndose en una ruina. Como teníamos que
exponerlo en la capilla ardiente, ante el público, ante la televisión, pensé
que había que devolverle una imagen adecuada. Evidentemente no podía retornarle
a su juventud, con sus bigotes erguidos y su sonrisa de sorna; no por motivos técnicos" (recuerdo que
dijo el médico que sí hubiera podido hacerlo) sino por motivos de credibilidad".
"Nadie hubiera aceptado aquella imagen del genio, así que" - dijo el
médico- "le devolví la imagen que tenía antes de su enfermedad, la que la
gente podía recordar con ternura", ... La imagen de un Dalí mayor pero no
viejo, o viejo pero no destruido.
La reconstrucción fue posible y legítima. El límite era solo
cuestión de técnica, de rigor
científico y, sobre todo, de intencionalidad (solo la voluntad de mostrar al difunto
justificaba una manipulación que
en otro caso hubiera sido gratuita).
¿No ocurre acaso lo mismo en la restauración monumental?...”
Restaurar un
edificio implica salvarlo de su muerte. Por eso sigue siendo, en contra de la
opinión popular, un objeto “presente” o “del tiempo presente”. De la misma
forma, embalsando un icono se pretende inmortalizar al personaje. Pero si el
cadáver no resulta exquisito, pudiera ocurrir, con el paso del tiempo, todo lo
contrario. Ya lo dijo en su momento John Ruskin, “r
estauración (léase
congelación, como sinónimo de embalsamamiento),
es la más completa
destrucción que puede sufrir un
edificio, acompañada de una falsa descripción del objeto destruido”
[xi].
El cadáver embalsamado de un Hugo Chávez devastado habría supuesto perpetuar
una derrota, mientras que consolidar ideológicamente su revolución -desde el
recuerdo de lo que dijo y no de la muerte (por enfermedad) que le derrotó-,
significaría apuntalar los avances de la Venezuela bolivariana, pues restaurar
no es sinónimo de disecar. Cuando comprendí esto, en lucha constante con la
falsificación -el mayor pecado en el que puede caer un restaurador, pues afecta
a la veracidad del edificio que entrega a la sociedad tras su intervención-, mi
taller de restauración de arquitectura intentó dejar de ejercer la taxidermia.
¿Qué es, por tanto, restaurar? En aquella
conferencia, el arquitecto Antoni González lanzó preguntas que todavía hoy, más
de 20 años después, aún resuenan en mí: ¿es acaso la restauración una forma
de observar –conforme a unas reglas prestablecidas- una arquitectura que, por
merecer protección, ha detenido su evolución?, ¿es una manera determinada
–también con sus reglas- de entender cómo actuar sobre una arquitectura de
irremediable evolución permanente?, ¿o quizás tan sólo se trata del conjunto
heterogéneo de actitudes y acciones –sin regla alguna- que tienen como
protagonista la arquitectura pre-existente?
En mis años de
docencia solía cerrar mis reflexiones sobre la restauración arquitectónica con
dos imágenes que mostraban, simultáneamente, el antes y después de una mujer
anciana que pasaba por la camilla de un conocido cirujano plástico. Imaginemos
que un edificio antiguo es, en cierto modo, como nuestra abuela más querida. Un
día, nuestra abuela se fractura, pongamos por caso, una cadera. Y aprovechando
el postoperatorio, el médico decide comenzar a tentarla con operaciones de
falso rejuvenecimiento. Digo falso porque la abuela, al fin y al cabo, tiene
los años que tiene.
Algo similar ocurre cuando nos encargan, por ejemplo, la reparación de un
antiguo tejado y, aprovechando el andamio, nos ponemos a eliminar
desaforadamente las pátinas de sus fachadas, consolidar sillares, reconstruir
formas y volúmenes o reinterpretar
espacios interiores. Total, ya que estamos allí…
Un día, el médico de nuestra abuela nos llama para comunicarnos el alta médica
y que ya podemos pasar por el hospital para recogerla. Cuando llegamos a la
recepción, no reconocemos a nuestra abuela porque la mujer que allí nos espera,
se parece extraordinariamente a nuestra madre, o lo que es peor, a su nieta.
En la soledad de su mesa de operaciones, el Dr. Aza, frente al cadáver de Evita
pensaría, inevitablemente, qué rostro del mito entregar a la sociedad: ¿la
enferma prematuramente envejecida y devastada por el cáncer, el dolor y la
agonía de sus últimos días?; ¿la joven actriz que enamoró al general?, o ¿la
mujer que marcó un hito en la historia del pueblo argentino?
Ese debate,
trasladado a la mesa arquitectónica de proyectar, es el mismo al que debieron
de enfrentarse los expertos rusos que han desestimado el embalsamiento de
Chávez, alegando problemas técnicos que hoy yo, sinceramente no me creo
[xii].
En la noche del 15 de marzo el gobierno venezolano en funciones desechó
oficialmente el embalsamamiento “
porque para ello el cuerpo debería
permanecer en Rusia entre 7 u 8 meses”.
Pero dicho esto,
comparto la decisión de simplemente enterrarlo. Una victoria sobre sus
enemigos, pues el cadáver de Chávez, y por tanto su memoria, estará así a salvo
de una probable, con el paso de los años, profanación.
[i] Nicholas
Ray, guion de la película Knoch on any door, 1949. Frase atribuida erróneamente
a James Dean, quien en realidad simplemente dijo “
hay que vivir deprisa, la muerte llega pronto”. En su caso, tuvo
razón, pero no siempre es así.
[ii] Al día
siguiente de conocerse la noticia, algunos expertos internacionales ya
comentaban a los medios de comunicación que la decisión se debía de haber
tomado antes del fallecimiento, al objeto de tener preparados, con anterioridad
al desenlace, el personal y los recursos técnicos necesarios.
[iii] Nicolás
Maduro, vicepresidente de Venezuela, 7 de marzo de 2013.
[iv] Marina
Waisman (1920-1997), fue una arquitecta, teórica y crítica de las nuevas
corrientes de reflexión arquitectónica sudamericana. Emprendió su actividad en
torno a los SAL (Seminarios de Arquitectura Latinoamericana) gracias a los que
fue galardonada con el Premio América de Historia y Preservación del Patrimonio
de la Universidad Católica de Córdoba (Argentina).
[v] Patrimonio, Prohibido No tocar.
Revista de la Sociendad Central de Arquitectos, nº 246, agosto 2012.
[vi] Cronocaos.
Muestra desarrollada por OMA y AMO enfocada en la preservación y el rol de los
arquitectos. Rem Koolhass y su equipo. Bienal de Venecia 2010, posteriormente
exhibida en Nueva York.
[vii] Arquitecta
Giulia Foscari, desde 2009 forma parte del equipo de OMA (Office for
Metropolitan Architecture). Revista de Arquitectura, nº 246, Patrimonio,
Prohibido No Tocar, págs.. 162 y 163.
[viii] Luiz
Inácio Lula da Silva, The New York Times, 7 de marzo de 2013.
[ix] Y en
esta parte, el presente artículo es deudor de uno anterior, año 2005, escrito
en colaboración con mi amigo el Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, con
motivo del Congreso Internacional de Hispanistas que se celebró en Cracovia,
Polonia, entre el 14 y 16 de octubre de aquel año. Se llamó nuestro trabajo:
“Contra la mal llamada Novela Histórica”.
[x] Informes
de la Construcción, Vol. 43, número 413, mayo/junio 1991, págs.
5 a 20, Antoni González
Moreno-Navarro.
[xi] Ruskin, John (1819-1900), Seven lamps of architecture, 1849.
[xii] “Queda descartada la opción de embalsamar el cuerpo del comandante
Chávez luego del informe de una comisión médica rusa”. Ernesto Villegas,
Ministro de Comunicaciones e Información del Gobierno de Venezuela, noche del
15 de marzo de 2013.