In Memoriam del capitán José María Galera Córdoba, el alférez Abraham Leoncio Bravo Picallo y el intérprete Ataollah Taefik Alili, asesinados anteayer en Afganistán por Ghulam Skahi, policía infiltrado.
En estos días en que España lamenta la pérdida de dos militares y un intérprete en Afganistán quizá sea oportuno recordar que el ejército español de la democracia es una de las instituciones que más ha evolucionado durante estos últimos años.
La importante participación de nuestros soldados, a lo largo de estos años, en misiones humanitarias ha servido para acercar las Fuerzas Armadas a la sociedad civil española, pero no debemos olvidar, sin embargo, que el Ejército no sólo es también sociedad, sino que tiene que sentirse integrado en ella o no sería el Ejército democrático que todos queremos y que nuestro país merece. El militar es ante todo un ciudadano y por encima de su pertenencia a una institución ha de sentirse participe como cualquier otro, de los avatares de la vida cotidiana.
Extender entre la sociedad el concepto genérico de “cultura de la defensa” es separar términos que para muchos parecen ser sinónimos y que sin embargo no lo son. Es decir, entender que no es lo mismo ser “pacifico” que “pacifista” o no confundir “anti-belicismo” con “anti-militarismo”.
Ya enunció Jorge Luis Borges en “El Aleph”, la complejidad y permanente vigencia del enfrentamiento entre contrarios. Distinguimos la felicidad, tras un periodo de desgracias y nos reconocemos saciados después de haber sentido apetito. De la misma manera el objetivo de todas las guerras y en especial las denominadas “justas”, es alcanzar una paz duradera. Los militares son por tanto, trabajadores por y para la paz. El pacifismo sería, por tanto, el fin que guía a las personas de buena voluntad a conseguir la paz entre las naciones, y en muy justificadas y concretas circunstancias, a utilizar la fuerza, que no la violencia, con criterios de legítima defensa, proporcionalidad, legitimidad internacional y evitando riesgos innecesarios.
En este debate civiles y, por supuesto, militares, debemos considerar la guerra como un último recurso y siempre el menos deseable. Pero es evidente que en ocasiones los riesgos de no actuar son mayores y más peligrosos que los derivados de la no agresión.
Luis Cercós (LC-Architects)
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