jueves, 21 de abril de 2011
The man who would be king (John Huston, RU-EE.UU., 1975)
El pasado 9 de marzo traje a este blog un poema que leo, desde que recién lo redescubrí, casi todos los días. Algo así como una especie de medicina matinal que me sirva para empezar la jornada (http://lc-architects.blogspot.com/2011/03/if-rudyard-kipling-1896.html). Casi todo lo que cuenta Rudyard Kipling en él me suena cercano y conocido:
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.
Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Y aun así, cuando parece que ya no queda nada más que perder, en un momento de última lucidez recapacitas y te das cuenta que estás a punto de despedirte también, casi simultáneamente, del fruto de tu semen, de la piel y del corazón que acompaña, desnuda y esperanzada, la apaciblemente oscura intimidad de tus noches, y del vientre que te trajo a este mundo. Porque cuando eligen diana los dioses que rigen caprichosamente la vida de los humanos, y arrojan sobre ella toda la cascada de circunstancias encaminadas a probarte como hombre, parece que lo hacen hasta saber con exactitud dónde están los límites de tu mortal resistencia.
Se lo leí a Mishima en un relato breve sobre una mujer que pierde a sus tres sobrinos en una aparentemente apacible jornada veraniega y lo mostró no hace mucho Spielberg en esa obra maestra del cine bélico que se llama salvad al soldado Ryan.
También me lo dijo una vez, meses antes de su despedida, mi abuelo materno, a quien siento, por cierto, estos días nuevamente por aquí:
Ojalá nunca te tengas que enfrentar a todo el cúmulo de desgracias que seas capaz de soportar.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.
Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Y aun así, cuando parece que ya no queda nada más que perder, en un momento de última lucidez recapacitas y te das cuenta que estás a punto de despedirte también, casi simultáneamente, del fruto de tu semen, de la piel y del corazón que acompaña, desnuda y esperanzada, la apaciblemente oscura intimidad de tus noches, y del vientre que te trajo a este mundo. Porque cuando eligen diana los dioses que rigen caprichosamente la vida de los humanos, y arrojan sobre ella toda la cascada de circunstancias encaminadas a probarte como hombre, parece que lo hacen hasta saber con exactitud dónde están los límites de tu mortal resistencia.
Se lo leí a Mishima en un relato breve sobre una mujer que pierde a sus tres sobrinos en una aparentemente apacible jornada veraniega y lo mostró no hace mucho Spielberg en esa obra maestra del cine bélico que se llama salvad al soldado Ryan.
También me lo dijo una vez, meses antes de su despedida, mi abuelo materno, a quien siento, por cierto, estos días nuevamente por aquí:
Ojalá nunca te tengas que enfrentar a todo el cúmulo de desgracias que seas capaz de soportar.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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