El pasado jueves se celebraron en París diversos actos conmemorativos del aniversario de su liberación durante la Segunda Guerra Mundial (25 de agosto de 1944). La batalla definitiva comenzó unos días antes con la sublevación de la resistencia francesa en la ciudad, miembros de la 2ª División Blindada Francesa (conocida como División Leclerc) y, en menor medida, la 4ª División de Infantería estadounidense. Sabido es también de la activa participación de españoles republicanos exiliados, tanto en las filas de la Resistencia como entre las tropas de la 2ª División Blindada francesa, en papeles destacados, hasta el punto de que las primeras unidades militares aliadas que entraron en París estaban compuestas por antiguos miembros del Ejército Popular Republicano. Se hallaba al frente de las mismas Amado Granell, quien por entonces era teniente del ejército francés, siendo igualmente antiguo mayor de Milicias del Ejército Popular Republicano.
El pasado 14 de julio, fiesta nacional de Francia, me encontraba también en París y pude comprobar que, al contrario de lo que ocurre en España, el desfile militar está complementado por la participación de otros grupos de la sociedad (el cuerpo de bomberos, los estudiantes de las escuelas politécnicas, miembros de la policía y de la gendarmería). Sirve indudablemente todo ello para acercar las Fuerzas Armadas a su sociedad, pues no debemos olvidar que el Ejército no sólo es también sociedad, sino que tiene que sentirse integrado en ella o no sería el Ejército democrático que los ciudadanos libres demandan. Recíprocamente, también el militar es ante todo miembro de una sociedad en la que vota, educa a sus hijos y, por encima de su pertenencia a una institución ha de sentirse partícipe como cualquier otro, de los avatares de la vida cotidiana.
Extender entre el resto de la sociedad el concepto genérico de “cultura de la defensa” es separar términos que para muchos parecen ser sinónimos y que sin embargo no lo son. Es decir, comprender que no es lo mismo ser “pacifico” que “pacifista” o no confundir “anti-belicismo” con “anti-militarismo”.
En este debate civiles y por supuesto militares, debemos considerar la guerra como un último recurso y siempre el menos deseable. Pero es evidente que en ocasiones los riesgos de no actuar son mayores y más peligrosos que los derivados de la no agresión.
A mí el París de hoy me gusta mucho más que el que Hitler soñó y me emociona profundamente pensar en los cientos de europeos que dejaron sus vidas en su defensa. Y por eso miro y admiro con cariño a los ancianos que año tras año descuelgan sus viejas medallas (ganadas en los campos de batalla y no en largos años de burocracia y buena conducta) para recordar y recordarnos, sus dulcemente duros años de juventud.
Por cierto, la mayoría de ellos, visten el más elegante de los atuendos: el que está impregnado de la humilde sencillez de los hombres honrados.
Quizá no solo románticamente, me habría gustado ser, el jueves pasado y muchos otros días, uno de ellos.
Luis Cercós (LC-Architects)
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