sábado, 16 de octubre de 2010

A propósito de golpes de Estado o al Estado












Cuando todavía tengo en la retina las hermosas imágenes retransmitidas por Telesur, (http://www.telesurtv.net/ ) de un pueblo defendiendo a un presidente elegido en las urnas, quiero pensar, quizá utópicamente, que la diferencia fundamentalmente entre la América Latina de la segunda mitad del siglo XX y la de hoy, en este primer cuarto del nuevo milenio, es que antes la mayoría de los golpes acababan en dictadura militar y ahora en estrepitosos fracasos (incluyendo aquí, incluso, a los que terminan derrocando al legitimo gobierno). En fin, optimista que es uno, que diría Miguel Angel Cabas, socio de este estudio y, sin embargo, amigo.

Dar un golpe de Estado está últimamente muy mal visto, aunque dado los tiempos que corren y como dice Juan José Millás (Nuevo ejército, EL PAÍS, contraportada, 15 de octubre de 2010) en realidad, el ruido de sables ha sido sustituido por el de la ladronera.

Los golpes de Estado siguen siendo golpes de Estado, los dé un general o un financiero. Sometida al fin la institución castrense al poder civil, los políticos se humillan ahora ante los coroneles de la Bolsa. Si hubiéramos visto a nuestro presidente en semejante actitud (se refiere a la fotografía de Zapatero explicando a los señores de Wall Street las medidas anti-crisis tomadas por su gobierno) frente a los generales del Alto Estado Mayor, nos habríamos echado las manos a la cabeza.

La libertad de expresión, la libertad de asociación, la libertad de religión, la libertad ideológica, suelen ser inmediatamente cercenadas coincidiendo con la llegada de un violento arrogante nuevo, generalmente autodefinido como elegido, al poder. De esos que cuando llegan, lo hacen, irremisiblemente, para quedarse.

Pero también resultan golpes al Estado los que impulsan hombres vestidos con trajes a medida, ojales en las bocamangas en lugar de galones, tirantes en lugar de correajes y gomina en sustitución de gorras de plato. Sí, parece que visten como los demás, pero eso solo son apariencias. Sus uniformes son tan reconocibles como los que se guardan bajo vitrinas en los museos militares: rayas diplomáticas, tejidos naturales, colores generalmente oscuros, zapatos siempre de piel.

Caballeros bien peinados y afeitados con relojes automáticos de diseño aeronáutico. Fisicamente en forma (cosas del tenis) tal que infantes de Marina. Curtidos por soles artificiales o en las pistas de esquí y no, precisamente, en tormentas del desierto.

De esos que firman, sin pestañear, diligencias de embargo (más de 350.000 familias sin casa en los tres años que dura ya la crisis) o que ejecutan, como si de mandar pelotones de fusilamiento se tratase, deudas imposibles de pagar por vía o procedimientos ejecutivos. Volviendo a Millás:

He aquí la gran trampa intelectual del fenómeno. Dado, pues que lo que sufrimos es un desastre natural y no un atraco pistola en mano, los políticos peregrinan hasta los nuevos cuarteles, donde son recibidos por los dioses del dinero, a quienes prometen el sacrificio de equis doncellas y de tantos jóvenes para apaciguar sus ánimos.

Estudié en la Escuela Naval Militar la guerra de guerrillas y me enseñaron (o yo, al menos, lo entendí así) que la defensa de nuestro territorio no es terrorismo sino resistencia. Pero no encuentro en los viejos manuales de guerra instrucciones de cómo debemos rebelarnos contra estos dictadores que en lugar de realizar semejanzas entre hombres y votos, piensan en nosotros, únicamente, en términos que pensábamos desfasados: tanto tienes, tanto vales.

¡Pues no¡ Lo siento, conmigo no contéis. No voy a alistarme en este ejército sino, al contrario, lucharé contra él. Aunque para ello tenga que dormir en cuclillas, esconderme en el bosque y aparecer, rápida y sigilosamente, allá donde menos se nos espere.

Luis Cercós
(LC-Architects)

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