La especie humana en su conjunto, ya sea africana, sudamericana, europea o asiática, es fundamental y obviamente, humana. Viene a cuento esta absoluta perogrullada de la sintonía que descubro diariamente con hombres y mujeres que ejercen profesiones aparentemente muy alejadas de la mía. Pero sólo aparentemente.
Así, por ejemplo, la arquitectura efímera (aquella referida al diseño de construcciones con fecha de caducidad preprogramada: recintos feriales, eventos, exposiciones temporales) tiene enorme relación con el trabajo de un artista único en su profesión: Pep Bou (Granollers, España, 1951), el domador de pompas (EL PAÍS, Babelia, 3 de julio de 2010, página 3).
“Nunca he dejado de hacer geometría”
Domador y moldeador de lo absolutamente efímero (“si el ambiente es húmedo, las pompas de jabón duran un minuto y medio, y si es seco, algo más de 20 segundos”) fue, antes que titiritero, mira tú qué casualidad, arquitecto técnico.
Le acusan de que lo suyo es un espectáculo infantil. Su explicación es concluyente:
“Los niños lo que de verdad quieren es ver como explotan las burbujas. Los adultos, en cambio, se quedan prendados de la belleza efímera de las pompas”.
Es decir, como la vida misma.
Y algo parecido me ha ocurrido cuando he sabido de la existencia de un músico de Malí que responde al nombre de Toumani Diabaté (1965), quien parece salido del estrado de los cursos y aulas de la Universidad de Alcalá, donde estudié hace ya muchos años, Restauración y Rehabilitación de Patrimonio:
“La música (los edificios) que nosotros tocamos viene del pasado, sí, pero sirve al presente y se proyecta hacia el futuro”.
Lo dicho, me encanta estar de acuerdo con toda esta gente maravillosa.
Por cierto, no parece que sea simple casualidad, el hecho de que Pep Bou viva en un viejo caserón rehabilitado de paredes blancas (ayer) y mínima decoración (hoy):
"Yo crecí en el campo, cerca de aquí, y tenía la necesidad de volver a mis raíces".
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