sábado, 2 de febrero de 2013

John & Washington Roebling


La maldición del Puente de Brooklyn (1)

John Roebling, el diseñador del puente, se machacó un pie entre los pilares del muelle y un transbordador pocos días después de terminar los planos y murió de gangrena en menos de tres semanas. No tenía por qué haber muerto, dijo el padre de Azul, pero el único tratamiento que aceptaba era la hidroterapia y ésta resultó inútil, y a Azul le impresionó que un hombre que había pasado la vida construyendo puentes sobre extensiones de agua para que la gente no se mojara creyese que la única medicina verdadera consistía en sumergirse en agua. Después de la muerte de John Roebling, su hijo Washington lo sustituyó como ingeniero jefe y ésa era otra historia curiosa.

La maldición del Puente de Brooklyn ( y 2)

Washington Roebling tenía solo treinta y un años por entonces y su única experiencia en construcción eran los puentes de madera que había diseñado durante la guerra de Secesión, pero resultó ser aún más brillante que su padre (John Roebling, diseñador original del puente). Poco después de que comenzara la construcción del puente de Brooklyn, sin embargo, quedó atrapado varias horas en uno de los cajones neumáticos bajo el agua durante un incendio y salió de allí con una grave aeroembolia, una espantosa enfermedad en la cual se acumulan burbujas de nitrógeno en la corriente sanguínea. Estuvo a punto de morir a causa de ello y desde entonces quedó inválido, incapaz de salir de la habitación del piso alto en el que él y su mujer se habían instalado en Brooklyn Heights. Washington Roebling estuvo allí sentado diariamente durante muchos años, observando los progresos del puente a través de un telescopio, mandando a su mujer todas las mañanas con sus instrucciones, haciendo complicados dibujos en color para que los trabajadores extranjeros que no hablaban inglés entendiesen lo que tenían que hacer, y lo más notable era que todo el puente estaba en su cabeza: cada pieza del mismo había sido memorizada, hasta el más diminuto pedazo de acero o piedra, y aunque Washington Roebling nunca puso un pie en el puente,  estaba totalmente presente dentro de él, como si al final de todos aquellos años de alguna manera éste hubiese crecido dentro de su cuerpo.

Auster, Paul, Trilogía de New York, Fantasmas (Ghosts, 1986)