Yo me pregunto:
Evidentemente no lo ha hecho, digan lo que digan quienes la han terminado. El pasado octubre visité una exposición en el interior del edificio que, más o menos, así lo defiende.
¿Había necesidad de terminar las obras? Bajo mi punto de vista, por supuesto, no. Afortunadamente no soy el único que lo dice (Manuel Vicent, EL PAÍS, 14 de noviembre de 2010, contraportada):
El templo de la Sagrada Familia, que si alguna gracia tenía era la de estar inacabado como el sueño de un genio enloquecido por la mística arbórea, será terminado de construir con el dinero del turismo y cuando se encierren del todo sus paredes dentro no habrá más que japoneses.
En lo que a mí respecta, no tengo mucho más que añadir. Quizá recordar que tres años después de la muerte de Gaudí, fallecido mientras dirigía las obras de la Sagrada Familia, un maestro del movimiento moderno, Ludwig Mies van der Rohe, inauguraba en esa misma ciudad el Pabellón alemán que representaba a ese país en el Exposición internacional de Barcelona de 1929. Es evidente que mientras Gaudí todavía miraba por el retrovisor otros indicaban los nuevos caminos a seguir.
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