sábado, 13 de noviembre de 2010

Francesc Altarriba, 46 años, panadero

El arte no es patrimonio exclusivo de las actividades tradicionalmente artísticas. O lo que es lo mismo, toda actividad humana puede ser susceptible de ser elevada a categoría artística si quien la ejerce lo hace desde la inteligencia y la pasión. Cada vez estoy más convencido de ello. Y sin no miren ustedes lo que dice sobre el hecho de fabricar pan un hombre sorprendente:

“Antes solo se hacía pan; el cruasán y la ensaimada eran de los pasteleros, otro estatus social, ellos trabajaban de día, nosotros de noche” (EL PAÍS, contraportada, 13 de noviembre de 2010).

Quizá no se hayan dado cuenta de la subversión, pero la frase es digna de un revolucionario. Cambien la profesión citada de “pasteleros” por cualquier otra con regulación gremial (arquitectos, médicos, abogados, notarios, registradores de la propiedad, ingenieros, actores, entrenadores de fútbol, farmacéuticos) y se darán cuenta de su verdadero impacto.

“¿Por qué el mismo pan para todos los miembros de una mesa?”

O lo que es lo mismo, ¿por qué todos debemos vivir en un piso de tamaño medio, esclavizados con una hipoteca media y ganando un salario medio?

“En un restaurante, si no tomo café, no lo pago, ¿por qué el pan si? Y si lo hago, ¿por qué no exijo que lo hagan al momento, como el café? Se puede hacer”.

Es decir, que si no quiero formar parte del sistema general de seguridad social, ¿podría yo elegir exclusivamente un seguro médico privado?, pongamos por caso.

“Vemos la estética hasta en la botella de agua, siempre en consonancia con el establecimiento. Encontramos la misma agua a cinco céntimos en la gasolinera y a cinco euros en el restaurante, lo único que cambia es el envoltorio y el sitio. Nunca pagaremos cinco euros por una botella de agua en una gasolinera, pero sí en el restaurante donde vas con tu pareja, donde todo lo que te rodea debe ser bonito, agradable, confortable, desde el menú a la vajilla. La excepción es el pan”.

A propósito de lo cual se me ocurre preguntar sobre las grandes multinacionales que fijan precios de venta europeos o norteamericanos a productos confeccionados en países subdesarrollados por personas mal pagadas y, muchas veces, explotadas (niños, incluso).

Lo dicho, todo un subversivo este panadero. ¡A la horca con él!

O eso, o un verdadero artista. Que no se sabe qué es peor.

Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/