miércoles, 3 de noviembre de 2010

Desayunos subversivos y otras cosas sin importancia

Una casa se puede transformar completamente cambiando o no sus características más simples. Como la vida misma: cambiando la procedencia del aire que respiramos, cambiaríamos completamente nuestra forma de vivir. Sustituir una o dos cosas es suficiente para cambiar todo por completo. Eliminar el desorden es, en la mayoría de los casos, más que suficiente.

Cambiar la decoración y abrir las ventanas no es sólo pintar, mover los muebles y seguir viviendo como si todo siguiese igual. A veces cambiando la decoración intentamos que las cosas empiecen a cambiar.

En nuestro estudio, hemos comenzado a odiar los lugares comunes, aquellos que aparecen repetida y machaconamente en las hojas de publicidad inmobiliaria. Hay conceptos tan aceptados por la sociedad que nadie o casi nadie cuestiona. Los rodapiés y los armarios empotrados, por ejemplo.

Como dice Miguel Ángel Cabas, mi socio:

- Si el rodapié forma parte de la pared, ¿por qué se empeñan los promotores en ponerlo del mismo material que el suelo?

En nuestros subversivos desayunos vamos incluso, más allá:

- ¿Tiene realmente sentido poner rodapiés?

El rodapié es un elemento que rompe la limpia intersección entre el plano horizontal del suelo y el plano vertical de la pared.

- ¿Cuál es el verdadero sentido del rodapié?

En esencia, un rodapié es básicamente la victoria absoluta de las empleadas de hogar sobre los arquitectos ya que permite acercar el mocho de la fregona a la pared cuando fregamos los suelos.
O lo que es lo mismo, un elemento de limpieza que usamos, siendo generosos, 1 hora cada 2 o tres días, pero que condiciona la visión del espacio durante las otras 48 o 72 restantes.

Yo, en mi caso, prefiero tardar un poco más en fregar el suelo.

Con los armarios empotrados ocurre lo mismo: nadie o casi nadie cuestiona lo feos que son, en la mayor de los casos. Son prácticos. Sí. ¿Pero no son igual de prácticos los armarios que se pueden cambiar de sitio? Un armario empotrado condiciona el uso de una habitación. Su no existencia no cuestiona nada. Si necesitamos un armario, lo compramos. Hay armarios bellísimos en las tiendas de mobiliario, pero casi nadie los compra porque todos tienen armarios empotrados en sus casas.

Con la vida ocurre igual: nadie o casi nadie cuestiona los lugares comunes.

Y así nos va.

Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/

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